11 ene 2011

Cuento: Todo es para bien

Un joven pero competente rey tenía un carácter difícil: era arrogante, caprichoso y malhumorado. Al ver los inconvenientes que le acarreaba su propia conducta, nombró como primer ministro a un hombre joven como él, pero conocido por su sabiduría y templanza. Como se sentía muy bien en su presencia, siempre buscaba su compañía y consejo.

Una tarde, el rey estaba cortando una manzana con un cuchillo filoso. Sin darse cuenta, se rebanó la punta del dedo índice. Aulló de dolor y sangró mucho. Los sirvientes corrieron a buscar al médico. Mientras éste le atendía la herida, el primer ministro le pidió: “Por favor, soporta el dolor. Todo va a estar bien. Lo que hace Dios es sólo para nuestro bien.” El rey se enfureció. Lo maldijo a gritos y, lleno de rabia, ordenó que lo encarcelaran.
A la semana, el rey se fue de caza junto con algunos miembros de la corte. Divisó un venado a lo lejos y se separó del grupo para perseguirlo. En un claro del bosque, unos salvajes lo asaltaron y lo llevaron a su aldea. Allí era la época del sacrificio anual de un hombre en el altar de las deidades. Al contemplar al joven y bello rey, todos en la tribu se alegraron. Vieron en él un buen presagio para el año venidero.
Atado como estaba, condujeron al rey hasta el ara de los sacrificios. Antes de proceder con la ceremonia, el sacerdote lo inspeccionó. Al ver su dedo índice mutilado, lo rechazó como ofrenda de sacrificio porque un hombre con una deformidad, por pequeña que fuese, traería calamidades a la tribu. Inmediatamente lo soltaron y lo dejaron ir.
Mientras marchaba en dirección al palacio, el rey no dejó de pensar en las palabras de su primer ministro y consejero: “Cualquier cosa que Dios hace es por nuestro bien”. Si no se hubiera cortado el dedo, de seguro hubiera sido sacrificado.
Apenas llegó a su palacio, envió por el primer ministro. Le pidió disculpas por la injusticia y le narró el episodio entero. Al finalizar, le dijo: “Me di cuenta de la bendición escondida para mí tras la aparente calamidad. Pero dime, ¿cuál fue el bien que te hizo Dios al permitir que permanezcas en el calabozo?”
El primer ministro respondió: “Majestad, sabes que siempre te acompaño cuando sales de caza y te sigo donde quiera que vayas. Si yo hubiera estado contigo también habría sido capturado. Y en cuanto los salvajes hubiesen descubierto tu mutilación, de seguro me hubieran sacrificado a mí. Sin dudas, el calabozo salvó mi vida”.

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