11 ene 2011

Cuento largo: La decisión de ser raíz

Ese verano acaba una etapa de mi vida, a los dieciocho y con lo que me estaba pasando, creía que las cosas eran mucho más enormes. Cuando digo cosas me refiero a las cosas de la vida. A esas cosas que te pasan durante el día y que sin darte cuenta van tejiendo tú historia, tu vida. Esas cosas que a veces sin pensar, y otras muy pensadas, a veces por accidente o azar, y otras por razonamiento y planeadas. Construyen tu día a día. Y que al pasar del tiempo se transforman en tu historia. Y a veces no solo en tu historia….
Las cosas enormes que a los dieciocho nos afectan tanto. A los cuarenta le damos poca importancia. Pero otras siguen siendo importantes y enormes no importa la edad que se tengan. Por ejemplo el amor. Sí, creo que es un buen ejemplo. El amor no conoce de edades. Por supuesto que no conoce de edades. Y nos complica la vida durante toda la vida y en cualquier parte de ella. Se te cae encima en cualquier lugar y en cualquier situación. Puede ser en un baile, o en la escuela; en misa o en la calle; en un comercio o en un comité; en el trabajo o en vacaciones. No importa lo que estés haciendo, o que lo busques o no. El amor se aparece quizás donde menos lo esperas y en la persona que menos esperas. O no. A veces lo buscas, y lo esperas. Y a veces lo encuentras y tienes suerte, y a veces no. Somos dueños de nuestras vidas, pero no somos dueños de la vida de los demás. Quien crea lo contrario se equivoca. Y es por esto que a veces la búsqueda termina mal y a veces ni siquiera se encuentra. El alma gemela no aparece y nos quedamos solos. Pero realmente fracasa el que se rinde. El que no sigue intentando pierde más de lo que imagina. Por que el solo hecho de que la búsqueda te mantiene vivo. Creo que soy una persona que buscó el amor toda su vida. Y a mi edad lo sigo buscando….
Pero a los dieciocho, como decía, y con las cosas que me pasaban ese verano, no solo estaba desilusionada del amor. Sino que por raro que parezca sentía que odiaba al amor. Y lo odiaba con todas mis fuerzas. Claro que tenia mis razones para ello…. Pero no nos adelantemos.
La casa del doctor Piovano era hermosa. Tenía un gran jardín al frente y un camino de piedras blancas que llevaban al alero del frente. Muchas flores de infinitos colores y un césped que siempre, no importaba la época, parecía el más verde de todo el barrio.
Mi mejor amiga, la hija del doctor Piovano, se llama Florencia. Y es a ella a la que vengo a ver.
La encontré en su dormitorio. Como ya era mi costumbre, llegaba a su casa y solo pasaba. Como si esa casa también fuera MIA... y un poco así la sentía. Después de todo me críe con Flor. Y es la hermana que nunca tuve. Siempre fue más responsable, más centrada y mucho más inteligente que yo. Además de muy buena persona. De excelente persona. La mejor que jamás conocí ni llegue a conocer. Y esa tarde me comprobaría sin lugar a dudas que era y es mejor persona que yo….
La encontré, como casi todas las tardes a esa hora, estudiando. Me miró por sobre sus anteojos de metal y me sonrío. Sólo un segundo. Eso le llevó descubrir que algo me traía. Y en la mirada se notó. No se cómo describir eso. Es como un cambio en la luz de sus ojos azules. Esos hermosos ojos que tiene. No se cómo describirlo, pero es como que en los ojos de ella se refleja lo que piensa o siente. Y nos conocemos tanto y de hace tanto que hemos aprendido a interpretar hasta los gestos y los ánimos.
Me dijo hola y se quedó esperando a que yo hablara. No se necesitan preámbulos entre amigas. Sólo se habla y punto. Sólo se dice lo que se viene a decir, sin vueltas ni rodeos. Para eso están las amigas. Para hablar, escuchar, entender y ayudar. Por eso estaba ahí, si alguien me podía ayudar era ella.
Por lo que mis primeras palabras fueron justamente esas:
- Me tenés que ayudar. Metí la pata hasta la nuca.
_ ¿Qué pasó?
_ Estoy embarazada
_ No jodas.
_ Es en serio, estoy de casi dos meses.
_ ¿Estás segura que no es un atraso?
_ Si, muy segura. Y vos me tenés que ayudar a sacarme este “problema”.
Se quedó en silencio por un rato que me pareció un siglo.
Luego se levantó, miró para fuera por la ventana, sin mirar en realidad. Se notaba que su cabeza iba a mil. Más silencio…
Por fin, se dio vuelta y dijo:
- No, no contás conmigo en esta.
- Pero vos sos mi amiga. ¿O no sos mi amiga?
- Sí lo soy. Por eso te digo que no cuentes conmigo.
Creo que jamás después de esa tarde, fui tan elocuente, tan ingeniosa, tan ladina… le di mil razones por la que debía, tenía que ayudarme. Le hablé de la sociedad, de las vecinas, de las puertas que se me cerraban por estar embarazada. Y ni hablar si me transformaba en madre soltera. Y llegando a ese punto le hablé de lo poco capacitada que estaba para tremenda responsabilidad. Y que si me dejaba sola estaba realmente sola, ya que ni mis padres ni mi novio-ex novio, en realidad, ya que el fulano se borro al enterarse-harían nada para ayudarme. Estuve hablando por más de media hora. Y luego cuando ya no se me ocurría nada para decir. Le pedí que como ella estaba estudiando medicina, como su padre, seguro sabía qué hacer, qué tomar. Y que si no lo haría igual y con el riesgo de que me saliera mal.
Silencio, otra vez el maldito silencio.
Y otra vez, un siglo de espera. Pero por fin se levantó, y abrió su placar.
Yo la miré como un niño que espera por su regalo prometido. Con las mismas ansias, con las mismas esperanzas. Pero Papá Noel no vino. Y lo que saco del placard fue un gran pergamino. O mejor dicho EL PERGAMINO. Así con mayúsculas. Yo sabía lo que era. Ella le dedico más de tres meses de trabajo a ese pedazo de papel. Claro que como siempre la nota de tan fabuloso esfuerzo fue un diez. Pero lo que no entendía era qué le pico para sacarlo ahora. Lo desenroscó y lo estiró sobre la cama. Luego fue a su escritorio y sacó un fibrón negro.
Se sentó en la cama tomo su pergamino y sin mas empezó a tachar con el fibrón uno a uno los nombres que escritos en tinta china formaban las ramas del árbol genealógico de su familia. El primer nombre tachado era el suyo. El de su padre y de sus tíos. Sus primos y primas. Su abuelo y sus hermanos. Los hijos de estos y sus hijos. En cuestión de segundos arruino un trabajo que le llevo meses. Yo estaba atónita. No entendía nada. Ella seguía con la tacha de nombres. Concentrada en lo que hacia. Como si nada en el mundo fuera más importante que el tachado de su pasado. De su familia…. Seguía sin entender nada. De repente se detiene, me mira y me señala un nombre. Le hace un círculo. Lo subraya.
Un nombre. Unas fechas. Pero en otro color. Y en letras más grandes que los demás.
MARIA FLORENCIA PIOVANO – 1879 – 1944
Me mira, y luego vuelve a mirar ese nombre. Guarda silencio un momento. Y luego me dice el discurso más importante que alguien me haya dicho jamás:
- Te quiero contar quien fue ella. Te quiero contar la historia de una chica que tomo una decisión en su momento. Y que gracias a esa decisión, hoy estamos acá hablando. Las decisiones que tomamos a veces no sólo nos afectan. Hay cosas que hacemos que tienen su eco en el futuro. Y ella con una edad no mayor a la que tenemos ahora, tomó una decisión importante, tan importante que no sólo afectó su vida, sino la de muchas vidas, incluyendo la mía. Te aclaro que no existe nadie vivo que me pudiera decir nada sobre ella. Lo que se, es por deducción y por algunas cartas que mis abuelos tenían guardadas. Ni siquiera tengo alguna foto que me muestre como era. Pero la imagino parecida a mí. Quizás heredé sus ojos. Quisiera creer que no solo heredé su nombre. Que también tengo algo de su carácter, de su temple. En realidad no sé qué tengo de ella. Pero sé con certeza que de ella heredé la vida. Y por eso quiero que sepas lo que yo descubrí de ella. Quiero que viajes en el tiempo, hasta el siglo pasado. Que te pongas en su piel. Que te imagines la vida en una sociedad mucho más prejuiciosa que la de hoy. Con reglas mucho más estrictas. Donde una chica, soltera y embarazada, sí que era discriminada. Me imagino las noches de llanto. De cavilaciones. De sufrimiento que debe haber pasado. Me imagino lo difícil que debe haber sido. Pero ella era fuerte. Y tuvo los ovarios tan bien puestos que se enfrentó al mundo entero. No le importó el que dirán. Y le importó muy poco lo que creyeran los demás. Ella fue más fuerte que todos. Más valiente, más íntegra. Tengo el orgullo de llevar su apellido. Llevo el apellido de una madre soltera. Y también llevo el apellido de una gran persona. Una persona que tomo la decisión de ser raíz. La raíz de un gran árbol. Hecho de vida, de historias de vida. De personas. De familias. Donde nacieron personas y esas personas tuvieron más vida. Donde cada vida tiene su origen en una decisión. La decisión de ser raíz. No te voy a engañar, podría hacer algo para evitar que tengas esa vida que llevas dentro. Pero no lo voy hacer. Yo estudio medicina para salvar la vida, no para matarla. Hoy tenés una decisión que tomar. Y sé que no va a ser fácil. Quiero que sepas que podes contar conmigo siempre, sabes que estoy para ayudarte y también para cuidarte. Sos mi amiga, sos mi hermana. Por eso jamás podría hacerte lo que me pedís. Por que se que te lastimarías en lo mas importante…. en tu alma.
Ese día lloré como nunca. Llore de vergüenza, de miedo, de bronca. Lloré tanto que al final comprendí que la que lloraba era mi alma. Pero no era un llanto de tristeza. Era un llanto de alivio. El peso de la carga había desaparecido. Y lo bueno de todo es que no lloré sola. Sabía que jamás estaría sola.
Ya han pasado muchos años de esa tarde. Y los años no vienen solos. Construí mi vida. Tengo mi casa, un trabajo que me encanta y del cual vivo. Aprendí muchas cosas, a fuerza de prueba y error. Sufrí mucho…. Pero disfrute más. Me caí muchas veces, pero siempre me volví a parar. Traté de ser mejor persona, mejor vecina, mejor amiga. Y sobre todo mejor madre.
Hoy mi hija viaja a Córdoba. Va con su adorada tía y madrina, la prestigiosa doctora Florencia Piovano, va a inscribirse en la facultad de medicina. Ella sigue siendo mi mejor amiga y mi hermana del alma. También es la culpable de la insipiente vocación de mi hija. Hay personas que afectan a otras personas. Que con solo tenerlas cerca nos mejoran. Mi amiga es una de ellas. Hace mucho tiempo ya que la conozco. Se dedica a salvar vidas. Y fui testigo de su primer acto medico. No fue en una clínica. Y todavía no se había recibido. Porque esa tarde, sólo con palabras y destruyendo un trabajo hermoso, salvó una vida. Y según creo, la vida de muchos más. De todos los frutos que dará esta raíz.
Espero a que el coche doble en la esquina. Inventé una escusa para no ir. En realidad quería que fueran solas. Es algo que quiero que hagan ellas. Además yo les tengo un regalo para cuando vuelvan. Lo vuelvo a sacar de su caja y lo lustro por enésima vez. Lo pongo sobre la mesa. Se que es muy anticipado y que quizás alguna critica reciba. Pero también es un acto de confianza y de orgullo de madre.
La chapa dorada dice: MARIA FLORENCIA ALBARELLO, MEDICA

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