26 abr 2011

Reflexión: la Iglesia, por qué amarla

Así como experimentamos el amor de Dois, también podemos sentirnos Iglesia. Es posible reconocernos, pertenecer a un lugar al que siempre se pueda volver. Ser Iglesia es vida comunitaria, esa vida que conocen los que han necesitado el apoyo del hermano para seguir adelante o los que han compartido un proyecto en común. Es decir, ser Iglesia es compartir su aspecto comunitario, comunicador, familiar.
Jesús no había elegido entre sus discípulos a los que Él consideraba más inteligentes o más formados, eligió a hombres débiles con mucho potencial Así un día Jesús se acercó a Pedro y le dijo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Sabemos que Pedro no entendió del todo lo que le dijo su Maestro en ese momento, pero el día del cenáculo, sus ojos se abrieron, y sus mentes comprendieron.
Es difícil amar a la Iglesia cuando vemos que hay muchas riquezas, se cometen robos, hay gente corrupta, hay escándalos sociales en el propio sena de la Esposa de Jesús…
En el mismo instante en el que Jesús dio la vida por todos los hombres, asumió todos sus pecados y con ellos también los pecados de la Iglesia. Al ser ésta una entidad de doble naturaleza, humana y divina, es también santa y pecadora. Amar de verdad es amar hasta el dolor, y a la Iglesia, tenemos que amarla con sus defectos y en toda su santidad. La seguridad que Jesús declara acerca de la Iglesia es sorprendente y al mismo tiempo, definitiva. Estas palabras aseguran el temor y las acusaciones de quienes dicen que la Iglesia no se mantiene inalterable a lo largo del tiempo. Lo esencial de nuestra relación con ella es que está asistida por el Espíritu Santo y estas palabras de Cristo nos animan a confiar más en Ella.

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