Me sentía confundida, mareada, indecisa.
Harían aprox 21°C, soleado, casi ninguna nube. Una suave brisa tocaba la piel dando sensación de Primavera.
Me levanté de la cama sabiendo que era un día largo, pero sin saber que era un día marcado.
Se me dio por caminar, entrada la tarde, hacia el encuentro con el destino, mientras trataba de titular de qué se trataba todo. Pensando en los últimos días, las últimas llamadas, los últimos mensajes, las últimas caricias, las últimas palabras, los últimos besos...
Todo me daba vueltas, mientras intentaba distraerme con la radio de tarde de domingo. Sin embargo, seguía pendiente de sus movimientos, si se acercaba, cuánto le faltaba, y cómo coordinar la llegada.
Finalmente me acerqué al punto de encuentro, o más bien, los alrededores, para ver desde lejos la posible escena, pensando qué decir, cómo moverme, qué hacer. No duró mucho, apareció a los 5'. Creo que él llegó primero.
Se acercó y lo besé de lado, manteniendo distancia, simulando enojo. No era enojo lo que sentía, más bien una herida abierta por la decepción y la tristeza. Una herida más profunda que cualquier otra.
Caminamos hacia el corazón de la plaza, aquella plaza que me dio tantas alegrías, tantos momentos, tantos instantes para reír, comentar, hablar con amigas, compartir mates, idear planes y proyectos. Aquella era la plaza que iba a presenciar cómo me iban a romper el corazón.
Una vez alocados, dije palabras, como una canción, comenzando de a poco, con fuerza en el estribillo. Cual director de orquesta, hubo revoleo de manos, danzantes, a la par de mis latidos. Era una batalla equitativa, donde enfrentaba uno, respondía el otro. Así duró un rato, varios minutos, hasta llegar a un punto crítico. Ese punto que para mí, hizo la diferencia. Todo giró entorno a una pregunta, para cuya respuesta, hizo detener el tiempo. Sí, por segundos, todo frenó, haciendo eco en mi mente aquellas palabras punzantes. La última vez que se había detenido el tiempo con él, fue alguna vez en que me sentí feliz, realmente feliz. De esa felicidad que uno desearía compartir con el resto, que nadie se perdiera de tan grata sensación.
Ese instante, detenido, observé mi alrededor. Mientras mi vista se recuperaba del empaño del amargor de mis lágrimas: una pareja, que parecía comenzar. Jóvenes ambos, mucha alegría y risas, muchos sueños por soñar, mucho camino por recorrer, el inicio de una verdad conjunta. Del otro lado, una pareja de años, una pareja endurecida y más bien, fortalecida por la edad y el paso del tiempo, dos personas estables, determinadas, juntos a la par. El sol ya se estaba poniendo, el frío comenzaba a sentirse, ese frío primaveral de las 7 de la tarde de domingo. Así vi el final, tan definitivo, tan esperado pero a la vez, inesperado. El no querer soltar de algo que ya te soltó a vos.
Esa fue la postal, el retrato de un momento. Podía sentir la música comenzar, y el telón al fin bajar.
Harían aprox 21°C, soleado, casi ninguna nube. Una suave brisa tocaba la piel dando sensación de Primavera.
Me levanté de la cama sabiendo que era un día largo, pero sin saber que era un día marcado.
Se me dio por caminar, entrada la tarde, hacia el encuentro con el destino, mientras trataba de titular de qué se trataba todo. Pensando en los últimos días, las últimas llamadas, los últimos mensajes, las últimas caricias, las últimas palabras, los últimos besos...
Todo me daba vueltas, mientras intentaba distraerme con la radio de tarde de domingo. Sin embargo, seguía pendiente de sus movimientos, si se acercaba, cuánto le faltaba, y cómo coordinar la llegada.
Finalmente me acerqué al punto de encuentro, o más bien, los alrededores, para ver desde lejos la posible escena, pensando qué decir, cómo moverme, qué hacer. No duró mucho, apareció a los 5'. Creo que él llegó primero.
Se acercó y lo besé de lado, manteniendo distancia, simulando enojo. No era enojo lo que sentía, más bien una herida abierta por la decepción y la tristeza. Una herida más profunda que cualquier otra.
Caminamos hacia el corazón de la plaza, aquella plaza que me dio tantas alegrías, tantos momentos, tantos instantes para reír, comentar, hablar con amigas, compartir mates, idear planes y proyectos. Aquella era la plaza que iba a presenciar cómo me iban a romper el corazón.
Una vez alocados, dije palabras, como una canción, comenzando de a poco, con fuerza en el estribillo. Cual director de orquesta, hubo revoleo de manos, danzantes, a la par de mis latidos. Era una batalla equitativa, donde enfrentaba uno, respondía el otro. Así duró un rato, varios minutos, hasta llegar a un punto crítico. Ese punto que para mí, hizo la diferencia. Todo giró entorno a una pregunta, para cuya respuesta, hizo detener el tiempo. Sí, por segundos, todo frenó, haciendo eco en mi mente aquellas palabras punzantes. La última vez que se había detenido el tiempo con él, fue alguna vez en que me sentí feliz, realmente feliz. De esa felicidad que uno desearía compartir con el resto, que nadie se perdiera de tan grata sensación.
Ese instante, detenido, observé mi alrededor. Mientras mi vista se recuperaba del empaño del amargor de mis lágrimas: una pareja, que parecía comenzar. Jóvenes ambos, mucha alegría y risas, muchos sueños por soñar, mucho camino por recorrer, el inicio de una verdad conjunta. Del otro lado, una pareja de años, una pareja endurecida y más bien, fortalecida por la edad y el paso del tiempo, dos personas estables, determinadas, juntos a la par. El sol ya se estaba poniendo, el frío comenzaba a sentirse, ese frío primaveral de las 7 de la tarde de domingo. Así vi el final, tan definitivo, tan esperado pero a la vez, inesperado. El no querer soltar de algo que ya te soltó a vos.
Esa fue la postal, el retrato de un momento. Podía sentir la música comenzar, y el telón al fin bajar.
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